Este templo
es uno de los testimonios acreditativos de la corriente de devoción que suscitó
en la cristiandad el arzobispo de Canterbury Tomás Becket inmediatamente
después de su canonización en 1173, tres años después de que lo asesinaran unos
caballeros instigados por Enrique II de Inglaterra. Leonor Plantagenet, hija de
éste y reina de Castilla por su matrimonio con Alfonso VIII, contraído en 1170,
el año del martirio del santo arzobispo, fue impulsora directa de su culto en
el territorio castellano y al menos ocasión que lo propició en el leonés.
Respecto al
origen, la primera referencia documental conocida data del 30 de mayo de 1195,
fecha en la que el obispo de Zamora, Martín I, con el beneplácito de su
cabildo, concedió al abad Isidro y a la comunidad del monasterio premostratense
de San Miguel de Gros los diezmos de las tierras y viñas que un mercader
llamado Mateo les había dado o había de darles para la obra de la capilla de
Santo Tomás Cantuariense que el mismo había erigido en Toro (“ad opus capelle
Sancti Tome Cantuariensis quam ipse edificavit in Tauro”), no sabemos si
inducido por el hecho de que también fuera mercader el padre del santo. Aquella
capilla poco después adquirió rango de iglesia parroquial, perteneciendo al
monasterio cisterciense de Santa María de Meira y a un tal Salvador “maneiro”
de Toro, con cuyo consentimiento el abad del mismo, Pelayo Martín, en 1208
reconocía al obispo de Zamora, Martín I, los mismos derechos que tenían las
otras iglesias de Toro y de su término a cambio de protección y de ciertas
concesiones. Resulta inequívoca la referencia de este documento al templo que
nos ocupa, en él advocado sin sobrenombre propio, como de santo Tomás de Toro
(“Sancti Thome de Tauro”), donde existían entonces otras dos iglesias
parroquiales dedicadas a santo Tomás apóstol, una junto al puente viejo y otra
el mercado de las Uvas, pues precisa su ubicación fuera del segundo recinto
amurallado, el recién erigido en los primeros años del reinado de Alfonso IX de
León, antes de que finalizara el siglo XII, y cerca de la principal plaza del
Mercado, la denominada de Santa Marina (“que sita est extra muros ipsius
castri, iusta fórum rerum uenalium”). Es, por tanto, una de las nueve
parroquias nuevas que surgieron extramuros, en la meseta superior de la ciudad,
durante el reinado de Alfonso IX como núcleos aglutinantes de los repobladores
atraídos por los fueros de tan benéfico monarca.
Recayó de
nuevo esta iglesia en sus poseedores iniciales, los premostratenses del cercano
monasterio de San Miguel de Gros, que la servían mediante un prior designado
por el abad y aceptado por el obispo de Zamora. En 1449 cerró sus puertas este
monasterio y su comunidad se sumó a la de Retuerta, que mantuvo este priorato
de Toro hasta la exclaustración en 1835.
Entre las
colaciones parroquiales de Toro la de esta iglesia era de las más extensas,
aunque pequeña en términos absolutos, porque la población toresana en la edad
media estuvo distribuida en cuarenta parroquias. Los ingresos del beneficio
curado nunca pasaron de modestos, aunque en el principal de ellos, el
procedente del reparto de los diezmos, le correspondían tres décimas partes. La
casa prioral, situada al norte del templo, estaba arruinada en 1573, año en que
la feligresía y el monasterio de Retuerta ponen fin a los pleitos pendientes
entre ellos, renunciando aquélla a la pretensión de obligar a los monjes a
reconstruir a su costa dicha casa a cambio de la donación y entrega, por parte
del monasterio, de “teja, piedra y madera” de la misma casa para “ensanchar su
cimenterio y circuito”, así como de ”todos los corrales y suelos que en la
dicha ciudad de Toro tiene contiguos y alderredor de la dicha iglesia de Santo
Thomás para su ornamento y aprovechamiento” y “para que se puedan andar las
procissiones libre y desembaraçadamente”.
Aquel
templo primitivo sería de una sola nave y de fábrica románico-mudéjar, como la
mayor parte de las iglesias medievales toresanas. Nada reconocible de él ha
sobrevivido a su reedificación, salvo quizás las tapias terreras del cuerpo
macizo de la torre, que revistieron de ladrillo. La reconstrucción comenzó por
el testero, por la actual capilla mayor, concebida como cabecera de iglesia de
una sola nave, según cabe deducir de las puertas que en ambos muros laterales
dispusieron para acceder a sendas sacristías, de las preciosas ventanas góticas
geminadas abiertas en lo alto de los mismos y mal avenidas con las cubiertas de
las capillas colaterales erigidas después, así como de la yuxtaposición de los
alzados de éstas, sin adarajas ni correspondencia en sus hiladas de sillares ni
en la molduración de las cornisas, y, por fin, del planteamiento forzado de los
arcos ojivales de sus embocaduras. Aquella capilla gótica tiene sólido aparejo
de sillería caliza en los muros, vanos conformados en arenisca de Valdefinjas o
Peñalba, más dócil a los finos ornamentos del cincel, un elegante arco toral de
medio punto, entorchado, y bóveda de terceletes en cuyas repisas y filateras
campean las armas del promotor, don Alonso de Valdivieso, obispo de León entre
los años de 1485 y 1500, que bautizarían en esta iglesia, pues las casas
principales de su familia, a la que legó los derechos de patronato sobre la
misma, se alzaban en su feligresía, en la calle de San Francisco.
A
continuación, la parroquia decidió renovar el cuerpo del templo agrandándolo y
estructurándolo en tres naves de tramo único, delimitadas por dos grandes arcos
formeros cuyos empujes son eficazmente contrarrestados por los alzados de la
cabecera y del hastial, de modo que los correspondientes espacios se funden en
un solo ámbito recomendable por su amplitud y desahogo. Para fabricar los
nuevos muros se acudió a los aparejos tradicionales de tapias terreras,
aceradas en las haces externas y sobrepuestas sin rafas, sobre zócalos de
sillería caliza. Todo ello se cerró con espléndidas armaduras híbridas,
morisco-renacentistas, contratadas en 1510 por los carpinteros Francisco de
Jaén y Martín de Valmaseda, que, parcheadas y ruinosas, fueron suplantadas en
1793-94 por las “armaduras en tosco” que perviven, concebidas por el acreditado
arquitecto toresano Francisco Díez Pinilla sin otras pretensiones que las
funcionales.
La capilla
septentrional, de cantería y bóveda de crucería, de la familia Henao y Sedano,
estaba terminada antes de 1540 y conserva un interesante retablo renacentista
documentado en dicho año, con arquitecturas del entallador local Juan Ducete el
Viejo y nueve tableros pintados por Lorenzo de Ávila y por Luis del Castillo.
Es posible que la colateral del lado sur, su gemela, comprada en 1588 por la
familia Zapata, coincida con la sacristía que en 1527 pretendía hacer el
mayordomo de la iglesia tras llegar a un acuerdo con el patrono de la capilla
mayor, el comendador don Juan de Valdivieso. Ésta luce un magnífico retablo
plateresco cuya imaginería exquisita aúna corrección formal y vigor expresivo,
obra del escultor Jaques Bernal, avecindado en León, acrecentada con doce
tableros excelentes del pintor Lorenzo de Ávila, feligrés de esta parroquia,
que trabajaría aquí mancomunado con Juan de Borgoña de Toro.
Su denso
patrimonio de arte mueble sufrió mermas muy lamentables por ventas para costear
las obras cuestionables efectuadas en el inmueble en 1967. Con todo, todavía es
cuantioso e incluye, entre otras obras apreciables, un capitel tardorromano y
otro mozárabe, con sus fustes monolíticos en mármol, la resuelta escultura
protobarroca del Ángel Custodio, del toresano Esteban de Rueda, y la de Santa
Lucía, de su oficial Juan Calleja.
José Navarro Talegón.
